Pascua 2017: Sin embargo… también…

Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. (2° Corintios 4:7-10, RVC)

Ha habido años en que la Cuaresma nos obligaba a ir más allá de una suerte de optimismo cultural y de una falsa sensación de bienestar para confrontar al mundo tal como es, desde la perspectiva de las personas pobres y marginalizadas. Algunos años hemos tenido que presionar fuertemente para compenetrarnos con las duras realidades, de tal modo que al abrazar la resurrección lo hagamos sabiendo que sólo tiene sentido dado el poder real de la muerte que destruye cuerpos reales y paraliza almas reales y pone en situación de peligro real a nuestro planeta.

Probablemente todos coincidiríamos en decir que éste no es uno de esos años. Este es un momento distinto y confuso en la vida del mundo. Un momento en el cual el poder de la muerte, la destrucción, el racismo, el sexismo, la violencia, la pobreza, el desplazamiento humano y la destrucción del medio ambiente son evidentes para casi todos nosotros la mayoría del tiempo. Nos enfrentamos a crisis humanitarias y ecológicas de una magnitud sin precedentes. Los viejos paradigmas y los viejos conceptos no proporcionan ya respuestas y parecen, de hecho, ser parte del problema.

Mi ministerio como Secretario General de la CMIR, junto con el presidente Jerry Pillay, otros colegas del staff ejecutivo, los oficiales y los miembros del Comité Ejecutivo y los Concilios Regionales, ha dejado muy claro que la gran mayoría de nuestras iglesias-miembro están viviendo en las brutales y amargas fronteras de esta turbulenta realidad. La Cuaresma no requiere de ningún esfuerzo extra para ponernos en contacto con el sufrimiento de las personas pobres y marginalizadas o las que son sacudidas por asumir los temas de la justicia y los derechos humanos. Todos y todas nos enfrentamos cotidianamente a estas realidades a gran escala.

Mis recientes visitas me han llevado a la India, a Colombia, a Nigeria, a Taiwán y a El Líbano. En muchos de estos lugares, la realidad de los cuerpos humanos quebrados por la violencia de la muerte era evidente. Nosotros y nosotras llevamos en nuestro cuerpo el sufrimiento de las víctimas de la violencia, como lo fue Jesús. Las mujeres que sufren y viven quebrantadas por la violencia de género. La inexplicable devastación de la pobreza y el hambre crecientes. Las múltiples fuerzas que desplazan a las personas de sus hogares y de sus tierras. Esta verdad revelada por medio de la fe, es también la simple constatación de que nuestras iglesias están profundamente arraigadas en la realidad del mundo. Y los tiempos actuales son escandalosos y duros de muchas maneras.

Aquí en Hannover, Alemania, hay un colega que siempre me presiona para ser esperanzador e inspirador en lo que escribo. Y, por supuesto, el gran don de visitar y acompañar a nuestras iglesias en este tiempo presente, es que simplemente no hay brecha ni distancia entre poseer y abrazar la realidad de la muerte y del quebrantamiento que, como dice Pablo, «siempre llevamos en nuestro cuerpo por medio de la muerte de Jesús», y esa es la realidad de nuestros tiempos presentes, y el testimonio de la «la excelencia del poder de Dios, y no de nosotros».

El poderoso testimonio de nuestras iglesias-miembro en cada contexto, es que viven la verdad evangélica de 2° Corintios 4 como una verdad perfecta, completamente real.

“Atribulados en todo, SIN EMBARGO no angustiados.”
“En apuros, SIN EMBARGO no desesperados.”
“Perseguidos, SIN EMBARGO no desamparados.”
“Derribados, SIN EMBARGO no destruidos.”

Vemos en la vida y en el testimonio de nuestra iglesia, la dura y poderosa verdad de que si abrazamos la realidad de los cuerpos quebrados y sufridos de las personas pobres, marginalizadas y de los pueblo sufrientes, al igual que el planeta, abrazamos también la muerte de Jesús y, si lo hacemos así, TAMBIÉN la VIDA de Jesús se hace visible a través de nuestros cuerpos.

Esta Cuaresma, la poderosa verdad es que la esperanza viene como un don de Dios, aun cuando enfrentamos la realidad del pecado y de la muerte, llevando en nuestro cuerpo los cuerpos quebrantados y la muerte de todas las personas que sufren. SIN EMBARGO, el poder extraordinario de Dios y la vida de Jesús TAMBIÉN se hacen visibles de manera real a través nuestro.

Cada visita a las comunidades afectadas por el militarismo, la violencia religiosa «justificada», el racismo abrumador, la violencia devastadora contra las mujeres, se topa con esta verdad inquebrantable e integral: nuestra fe implica enfrentar la realidad y SIN EMBARGO recibir el don de la esperanza. Llevamos nítidamente los cuerpos quebrantados por la muerte pero TAMBIÉN hacemos visible la vida de Jesús.

Nos estamos preparando juntos y juntas para nuestro encuentro en la Asamblea General en Leipzig, Alemania, a finales de junio de este año, acompañados por las ricas y profundas tradiciones de más de 500 años de la(s) Reforma(s) Protestante(s). Nos encaminamos hacia este extraordinario poder y, tal como se expresa en la oración que es tema de nuestra Asamblea, exclamamos: “Dios viviente, renuévanos y transfórmanos”, de tal modo que la vida de Jesús, la vida del mundo, pueda hacerse visible en nuestros cuerpos.

Chris Ferguson
Secretario General

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