Llevando esperanza a los huesos secos

“La mano del Señor vino sobre mí, y su Espíritu me llevó y me colocó en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Me hizo pasearme entre ellos, y pude observar que había muchísimos huesos en el valle, huesos que estaban completamente secos. Y me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?» Y yo le contesté: «Señor omnipotente, tú lo sabes».

Entonces me dijo: «Profetiza sobre estos huesos, y diles: “¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor! Así dice el Señor omnipotente a estos huesos: ‘Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir. Les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida, y así revivirán. Entonces sabrán que yo soy el Señor”».

Tal y como el Señor me lo había mandado, profeticé. Y mientras profetizaba, se escuchó un ruido que sacudió la tierra, y los huesos comenzaron a unirse entre sí. Yo me fijé, y vi que en ellos aparecían tendones, y les salía carne y se recubrían de piel, ¡pero no tenían vida!

Entonces el Señor me dijo: «Profetiza, hijo de hombre; conjura al aliento de vida y dile: “Esto ordena el Señor omnipotente: ‘Ven de los cuatro vientos, y dales vida a estos huesos muertos para que revivan’”». Yo profeticé, tal como el Señor me lo había ordenado, y el aliento de vida entró en ellos; entonces los huesos revivieron y se pusieron de pie. ¡Era un ejército numeroso!

Luego me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son el pueblo de Israel. Ellos andan diciendo: “Nuestros huesos se han secado. Ya no tenemos esperanza. ¡Estamos perdidos!” Por eso, profetiza y adviérteles que así dice el Señor omnipotente: “Pueblo mío, abriré tus tumbas y te sacaré de ellas, y te haré regresar a la tierra de Israel. Y, cuando haya abierto tus tumbas y te haya sacado de allí, entonces, pueblo mío, sabrás que yo soy el Señor. Pondré en ti mi aliento de vida, y volverás a vivir. Y te estableceré en tu propia tierra. Entonces sabrás que yo, el Señor, lo he dicho, y lo cumpliré. Lo afirma el Señor”». — Ezequiel 37:1-14 (NVI)

“… yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.” —Juan 10:10

Como familia humana, apenas estábamos abriendo colectivamente nuestros ojos a las crisis que conmovían al mundo y a las inigualables amenazas para la vida y el futuro del planeta. Estábamos justo a punto de ponerle nombre a los estragos del imperio, puestos de manifiesto en un sistema de apartheid global que enfrenta los intereses del 1% de las personas del mundo contra las necesidades del otro 99%, dejando incluso al último 50% sin esperanza de vida y sin sustento. Estábamos comenzando a comprender el alcance de las masivas heridas resultantes de vivir en un mundo caído en manos de ladrones.

Y en eso llegó el COVID-19. La nueva pandemia de coronavirus expuso sin piedad nuestra innegable interconexión: de toda la creación, de toda la humanidad.

El impacto de tantas muertes y el alcance de la pandemia sobre el bienestar humano y ecológico aún está por verse. Los esfuerzos para frenar la propagación de la enfermedad y para salvar vidas son la primera prioridad. Queda claro que, debido a que la mayoría del mundo se parado o emergiendo de un parate, el siguiente paso para los gobiernos y para los movimientos populares consiste en discernir dónde reside la esperanza en tanto estamos parados en medio de las ruinas causadas no solo por el virus sino por un sistema político y económico mundial que había dejado a la mayoría de las sociedades envueltas en la pobreza masiva, la inequidad, los sistemas de atención médica desmantelados, las escuelas desfinanciadas, un número sin precedentes de personas obligadas a emigrar; de hecho, un mundo explotado y violado por los excesos y la extralimitación del capitalismo neoliberal y de gobiernos autoritarios, un mundo injusto para las personas y para la creación sufriente.

Por ello, al hacer un balance del desastre provocado por la pandemia, descubrimos que volver a la normalidad no puede ser nuestro objetivo. Dios seguramente no nos está llamando a volver al anterior statu quo anterior. Dios sin dudas nos está llamando a un futuro marcado por la paz, la justicia, la reconciliación y la sanidad.

Mientras transitamos la Cuaresma, acercándonos a la Pascua en tiempos de coronavirus, nuestra fe nos convoca a acompañar a Ezequiel al lugar más difícil: al valle de los huesos secos. Es importante saber que la visión de Ezequiel se inspiró en un hecho histórico real, la derrota militar y política de Israel y el cautiverio de su liderazgo. Muerte real, desastre real. En los primeros pasos en el peregrinaje de la esperanza, Dios lleva a Ezequiel a confrontar y a evaluar honestamente el alcance y la verdad del desastre, a comprender plenamente el alcance de las heridas, a constatar que los huesos estaban verdaderamente secos, desconectados, dispersos, sin vida y que eran muchos, muchos.

A partir de allí es que se da el siguiente giro, un tanto confuso, en el peregrinar de la esperanza: se le pregunta a Ezequiel algo que él esperaba fuera respondido por él: «¿Pueden vivir estos huesos?» Con razón Ezequiel se vuelve a Dios. Porque Dios sabe. Y Dios, en lugar de ofrecer una promesa o palabras de esperanza, asigna una tarea. «Profetiza sobre estos huesos, y diles: “¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor!»”. Recurriendo a Dios en busca de esperanza, Ezequiel descubre que la palabra de Dios obrará sanidad, reconciliación y restauración por medio del pueblo de Dios. Ezequiel descubre que él no va a ser un mero espectador que espera, sino que debe ser quien administre la esperanza respondiendo al llamado de Dios. Aspirando a ser el beneficiario de la esperanza, Ezequiel es convocado a ser un servidor de la esperanza.

El siguiente signo de esperanza no es simplemente la restauración de la vida sino la rearticulación de lo fragmentado, la reparación de la grieta y no solo para toda la humanidad sino sobre todo para las personas más afectadas y destruidas. La comunidad histórica que fue destruida por el imperio se restaura para hacer la diferencia. Para ser una luz para el mundo. Curiosamente, Juan Calvino en sus sermones sobre este texto siempre insistió en que este pasaje no se refería a la resurrección final sino a la restauración de Israel luego del exilio y, por ende, era aplicable a la restauración de la iglesia al servicio de palabra esperanzadora de Dios.

La esperanza emergiendo de los valles de los huesos secos. Podemos vernos a nosotros mismos como una koinonia global: la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas en su complejidad y diversidad, pero una sola familia junto a Ezequiel. La esperanza para nosotros y nosotras radica en asumir la verdadera destrucción provocada por el imperio y también en abrazar la tarea que el Dios de la Vida nos da para re-articular la comunidad terrena para servir a la vida.

La reconocida cita de Agustín resuena fuerte en este tiempo de pandemia, en la oscura sombra de los saqueos del capitalismo neoliberal, en las garras de un sistema asesino de apartheid global: «La esperanza tiene dos hermosas hijas; sus nombres son Ira y Valor. Ira para indignarse por cómo están las cosas y Valor para tratar que esa realidad no permanezca igual”.

Hay muchas demandas de todo el mundo para que no se estimule la economía solo bajo el modelo capitalista actual, sino para aprovechar esta oportunidad para la implementación de impuestos justos, para asegurar ingresos y salarios dignos y para implementar un impuesto a la riqueza, para no regresar a los niveles anteriores de destrucción ecológica y utilización de combustibles fósiles. Para no intentar el salvataje de las compañías aéreas tal como son, sino para insistir que cambien y se vuelvan sostenibles.

Para la CMIR, la esperanza y la responsabilidad que son base de la Confesión de Accra, nos desafían a buscar una Nueva Arquitectura Financiera Internacional, a unirnos a la lucha por la justicia como parte integral de nuestra fe en el Dios de la Vida. Hay un rumbo de esperanza que se nos abre a medida que el mundo va saliendo de este desastre sin precedentes. Mientras lloramos nuestras pérdidas, mientras nos esforzamos por volver a la vida cotidiana, permanezcamos en la inconformidad, esforzándonos por no volver a la normalidad sino a un mundo transformado por medio de la gracia de Dios y de nuestra mayordomía de la esperanza.

Damos gracias a Dios porque el Espíritu de Dios se está moviendo potentemente en nuestra historia y en estos tiempos. Damos gracias porque el Espíritu de Dios nos moviliza como a Ezequiel en el camino de la esperanza, con sus giros inesperados, que nos lleva a comprender el rol que nos toca en ser, con la ayuda de Dios, servidores y servidoras de la esperanza. A rechazar el statu quo y volver a conectarnos con las personas quebrantadas y heridas del mundo para crear, con Dios, una normalidad nueva de paz, justicia, reconciliación y sanidad.

Necesitamos compartir y escuchar la palabra de Dios que nos convoca como una familia global a la unidad y a la justicia. El poder de la Resurrección radica en ser el movimiento de Jesús con todas las personas desposeídas para garantizar que podamos emerger del valle de los huesos secos, para que todos los planes y las promesas para salir adelante luego de la pandemia traigan esperanza para toda la creación y para que ya no regresemos al valle de los huesos secos.

—Chris Ferguson
Secretario General

Image: Collantes, Francisco, 1599-1656. Vision of Ezekiel, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, TN. http://diglib.library.vanderbilt.edu/act-imagelink.pl?RC=55840

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