Semana Santa 2018: Hundidos en el miedo, enviados con esperanza

La mano del Señor vino sobre mí, y su Espíritu me llevó y me colocó en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Me hizo pasearme entre ellos, y pude observar que había muchísimos huesos en el valle, huesos que estaban completamente secos. Y me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?» Y yo le contesté: «Señor omnipotente, tú lo sabes». Entonces me dijo: «Profetiza sobre estos huesos, y diles: “¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor! Así dice el Señor omnipotente a estos huesos: ‘Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir. Les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida, y así revivirán. Entonces sabrán que yo soy el Señor’”».

Tal y como el Señor me lo había mandado, profeticé. Y mientras profetizaba, se escuchó un ruido que sacudió la tierra, y los huesos comenzaron a unirse entre sí. Yo me fijé, y vi que en ellos aparecían tendones, y les salía carne y se recubrían de piel, ¡pero no tenían vida! Entonces el Señor me dijo: «Profetiza, hijo de hombre; conjura al aliento de vida y dile: “Esto ordena el Señor omnipotente: ‘Ven de los cuatro vientos, y dales vida a estos huesos muertos para que revivan’”». Yo profeticé, tal como el Señor me lo había ordenado, y el aliento de vida entró en ellos; entonces los huesos revivieron y se pusieron de pie. ¡Era un ejército numeroso! (Ezequiel 37:1-10, NVI)

El pasado año ha sido un año difícil en la vida de nuestro mundo. Todos quienes somos parte de esta Comunión de más de 100 millones de fieles, hemos hecho el camino de Ezequiel y nos hemos encontrado con valles interminables llenos de huesos de cuerpos rotos, aquellos que fueron destrozados y desarraigados por la guerra, la violencia, el cambio climático, la pobreza, el odio y la discriminación. ¡La creación misma está herida y está en peligro!

Por medio de nuestras oraciones, nosotros y nosotras, como Ezequiel, hemos sido llevados a valles de huesos secos, a lugares rotos: hacia quienes fueron expulsados de sus tierras, negándoseles el sustento; hacia quienes dicen que no a una cultura de violación y de violencia contra las mujeres; hacia aquellos y aquellas que luchan por la vida en contra de una economía de mercado que coloca la riqueza en manos de unas pocas personas, desangrando la vida de muchos; hacia aquellos y aquellas que simplemente perdieron la esperanza y la orientación. El Espíritu nos guía hacia donde se ve amenazada la vida, hacia donde nuestras iglesias buscan la justicia migratoria para quienes se ven obligados a huir de su patria, hacia donde las iglesias luchan por soluciones no militares a la guerra y a conflictos, sobre la base del diálogo y la reconciliación enraizada en la justicia. Hacia donde las personas se fe se unen a todas las que luchan contra el racismo, el sistema de castas y la supremacía blanca.

Y el Dios de la Vida, en medio del valle, nos presiona con la pregunta más difícil: «¿Pueden vivir estos huesos?». Apelamos a Dios para que responda, pero el Espíritu, a través de las personas más violadas, oprimidas y excluidas, responde: «Profetiza a los cuerpos rotos. Volverá el aliento y la vida animará nuevamente lo que ha sido sofocado.» ¡Pero, nosotros y nosotras tenemos que hacernos parte de la escena! La vida significa unir huesos con huesos, cuerpo con cuerpo, movilizarse por la vida y la transformación junto a quienes son los más sufridos y las más sufridas.

Las mujeres que se dirigieron a la tumba para estar junto a los huesos del Jesús quebrado también preguntaron y a ellas también se les dio una tarea: «Vayan y cuenten». Recuerden, recuerden Galilea, donde todavía hay una lucha por la vida y por la tierra, donde el cuerpo de Jesús se une con otros cuerpos para dar vida a la lucha por la vida.

Una de las maneras en que Dios ha utilizado nuestra Comunión en el último año fue reunirnos a través de nuestra Asamblea General, llevándonos al valle de los huesos secos para ver claramente las amenazas a la vida. Y allí recibimos el llamado a profetizar, a conectar a los desconectados, a pasar de la ruptura a la solidaridad. Y seremos, como aprendió Ezequiel, una gran multitud, llenos y llenas del Espíritu, y viviremos, y recuperaremos la tierra, y el Señor obrará.

En la Asamblea sentimos que los huesos secos y desconectados comenzaron a unirse cuando celebramos la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación, afirmando que las disputas teológicas del pasado ya no tienen el poder de dividirnos. Sentimos que el crujido de los huesos cobró nueva vida cuando firmamos el Testimonio de Wittenberg con la Federación Luterana Mundial, prometiendo una tarea común aún más estrecha entre nuestras comunidades.

En este año difícil, los huesos secos han recibido el regalo de la vida dentro de nuestra familia eclesial y más allá. Escuchamos el sonido de Black Lives Matter moviéndose por la libertad. Escuchamos el sonido de las manos unidas a través de las fronteras en la península de Corea. Oímos que los dalits y los pueblos adivasi hacen causa común con todas aquellas personas que luchan contra la exclusión y la dominación.

Vi los huesos secos uniéndose y escuché sonar la maraca de la vida en una historia de Florida, EE. UU. Una familia quedó atrapada por las corrientes del océano cuando intentaban rescatar a sus hijos que habían sido arrastrados por las olas. Cada persona que intentaba ayudar no podía hacerlo en soledad. Y lo que es peor, ellas mismas quedaban atrapados en el remolino y eran arrastradas por la corriente.

Una mujer en la playa decidió que ella haría algo para traerlos de vuelta, pero sabía que los cuerpos desconectados en la playa deberían unirse. Ella movilizó a 80 personas en la playa para unir sus manos y unir sus brazos para formar una cadena humana que se sumergió en el agua para rescatar a la familia.

Ella llamó a quienes estaban desconectados para conectarse a favor de la vida.

Nuestra Comunión ha recibido ese mismo llamado. Ha sido llamada a la comunión, a comprometerse con la justicia, es llevada por el Espíritu al valle de los huesos secos, hundida hasta el cuello en el miedo y luego movilizada en la esperanza por el Espíritu de Dios, a través del poder viviente de la resurrección de Jesucristo.

Amén.

¡Bendiciones pascuales para que todas y todos tengamos vida en abundancia!

Chris Ferguson
Secretario General

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